Mayo 14, 2005. Fragmentos
El hombre siempre quiere estar solo. Se sube al autobús y busca un asiento vacío, sin compañía. Evade al otro. En lugar de hablar con él, lo ignora.
La noción de propiedad está muy arraigada en el hombre, cualquier relación la convierte en una relación de propiedad.
Su individualidad ha adquirido el carácter de propiedad privada, barrera impenetrable. Uno no puede conversar con el otro porque invade su privacidad, los ojos se le vacían de perplejidad, la desconfianza lo perturba, su presencia y su diálogo se vuelve inoportuno. ¿Cuándo se derribará esta frontera? Su individualidad, su privacidad protege al sujeto, su individualidad opuesta a la sociabilidad le impide el vínculo con los demás. Su individualidad lo protege del extraño, de su semejante peligroso, insidioso, su posible competidor, su agresor. Su individualidad lo protege del otro.
Puedo trasladarme en autobús sin separar mis labios para pronuncia palabra alguna con el chofer, ni siquiera un saludo. Él lo entiende, él no ve al hombre, ve al dinero: cuatro míseros pesos. El saludo se vuelve una respuesta mecánica, vacía, una voz que se apaga inmediatamente al mirar en la banqueta a los próximos pasajeros. Un tipo grita al fondo, enfadado por lo salvaje del conductor al manejar. Sus cuatro pesos le dan poder para mandar al conductor, para influir sobre su voluntad. Su dinero paga su satisfacción, su soberbia. El chofer como conductor del autobús lo amenaza con bajarlo y devolverle su dinero si el servicio no le satisface. El conductor tiene poder por su unidad. El pasajero tiene poder por su dinero. El ser humano brilla por su ausencia: la propiedad y el poder lo consumen.
0 Comments:
Post a Comment
<< Home