Thursday, July 07, 2005

Hágase señor tu voluntad


¡Hágase Señor tu voluntad!

Es una alegría no temerle a nada.
Gertrude Stein.
El ser más prostituido es el ser por excelencia, Dios, puesto que es el amigo supremo de cada individuo, puesto que es el depósito común, inagotable de amor.
Charles Baudelaire

En aquél tiempo, el Señor, después del sermón en la sinagoga llamó a tres hermosas doncellas que siempre solían lavarle los pies y untarle aceite de oliva. Las tres entraron presurosamente a la llamada de su Mesías y señor impoluto. Jesús las miró fijamente. Las tres eran sumamente hermosas. Sus ojos atisbaron el cuerpo de las tres jovencitas. Sus pómulos tenían un color de rosa, eran como terciopelo. Sus cabelleras eran lacias y negras como la noche. Los ojos eran tiernos e inocentes. Sus cuerpos rendían honor a la diosa Venus. Las manos eran frágiles, blancas, suaves y olientes a perfume. Sus prendas eran de seda blanca que marcaba una silueta con bordes precisos y sensuales. Sus formas voluptuosas inspiraban la erección de cualquier mancebo. Los pies mostraban unas uñas blancas protegidas en unas sandalias de cuero; único atuendo que no iba acorde con la delicadeza de aquellas dulzuras. Jesús no se decidía qué muchacha sería la adecuada para el goce de sus placeres. Las tres eran muy obedientes pero Ada era la más inteligente que Anne y Filippa. Jesús ordenó que salieran, que solo necesitaría a Ada. Las otras dos asintieron inclinando ligeramente la cabeza y flexionando ligeramente las rodillas. Jesús levantó para cerciorarse que la puerta estuviera perfectamente cerrada. Se regresó a sentarse en el tapete persa tendido sobre el piso con una mirada proterva. Se acercó a la moza y dijo:
En verdad os digo que el que pruebe los placeres del señor no será necesario esperar la venida para disfrutar del paraíso que os he prometido.
-- ¿Cómo podemos difrutar de esa gracia mi Señor? --Inquirió Ada.
-- Nadie, hasta ahora lo ha hecho, tú serás la primera. Tendrás el privilegio de ver en este preciso momento lo maravilloso del paraíso.
-- ¿Cómo puedo lograrlo mi Señor?
-- Acércate hija mia.
La muchacha se acercó y se postró a los pies de Jesús, que seguía sentado en el tapete rojo persa. Tomó un banco de la parte derecha del tapete. Se sentó sobre él y con la mano derecha le pidió a la muchacha que se acercara.
Ada ser acercó lentamente, miró los ojos de Jesús y después bajó lentamente la mirada. Jesús le tomó de la mano y lo llevó a su miembro. La doncella se extrañó al ver lo que Jesús hacía pese a su devoción, decidió preguntarle a Jesús sobre la pureza de sus actos.
--Señor, ¿no piensa acaso que hace usted mal al pretender esto conmigo?
A lo cual Jesús respondió:
-- Hija mía, como os he dicho, sólo vuestro corazón será agraciado con el goce del paraíso. Sólo tú hija mía serás la privilegiada. Sólo tú y te atreves a cuestionarme. No sabes que la palabra del Señor no debe ser cuestionada por ningún motivo. Además, sobre mi corazón y mi consciencia no pesa nada, puesto que yo soy el todo y la nada. Yo soy el alfa y el omega. Yo soy el creador de este mundo. Yo mismo he inventado el pecado. Yo mismo he inventado lo oprobioso y la ignominia. Si así lo quieres, yo he inventado el bien y el mal. Yo que he inventado todas las cosas de este mundo, tengo poder sobre ellas. Yo soy capaz de eliminar cualquier apariencia de bondad, de maldad, de justicia, de injusticia, de pecado, de virtud. Yo abarco todos los mundos posibles, las ideas, los pensamientos. Yo soy el todo. Acércate hija mía, no temas. Convertiré este acto en probidad. Yo decido qué es bien y qué es mal en este mundo. Anda, no temas.
Al oir aquellas palabras Ada recobró el sentido y se difuminó en su mente aquel pecaminoso pensamiento que tenía. Jesús tenía en aquel entonces el cuerpo de un adolescente y sus instintos sexuales explotaban en vertiginosos flujos de sangre hacia su miembro. Quería probar lo que primigeniamente había creado en el inicio de los tiempos y que había sido el embrujo secular de los hombres: la pocreación. Quería nuevamente sentir la vibración estertórea de su cuerpo, como cuando se convulsionó al formar la tierra, el hombre y todos los seres vivos.
Desató el listón que le cubría la cintura a la bella muchacha y le subió la falda hasta la espalda. Le dijo que se pusiera de espaldas a él apoyada en sus cuatro extremidades, tendida bajo el tapete. Jesús la tomó de la cintura. Le acarició suavemente las piernas y los glúteos. Se levantó la túnica y vió que su pene estaba a punto de estallar; la concentración de la sangre le hacían notar las venas que suministraban aquella protuberancia. Estaba circunciso. Tomó ligeramente su miembro y lo dirigió hacia el trasero de la muchacha que temblaba de ansiedad. Esperaba impacientemente dócil, con la cabeza hacia abajo, esperando la embestida. Empezó introduciendo el glande por aquel orificio. Oponía resistencia. Jesús tomó entonces un poco de aceite de oliva con el que le untaban los pies y se lo distribuyó a lo largo de su miembro. Intentó por segunda vez y esta vez si tuvo éxito. Lo introdujo lentamente. Cada milímetro era de placer celestial. La chica sólo gemía de placer y su cabellera se meneaba ante cada frenesí del cuerpo del mancebo puberiano. La chica repetía una y otra vez:
--Señor, hágase tu voluntad.
La gracia divina permitió a Jesús contener su eyaculación el tiempo que quisiera. Pudiera incluso estar eternamente fornicando con la doncella. No obstante, Jesús sabía darle a su cuerpo el placer necesario. El sexo no lo turbaba, como le sucedería a cualquier hombre común y corriente. Él tenía un proyecto, que de ninguna manera lo estropearía un placer mundano y pecaminoso, el placer para él no le provocaba contradicciones, no, para él el sexo, era solo eso, sexo y nada más. Algunos pensaban que el sexo era lo máximo, la joya preciosa que para las mujeres, todo hombre buscaba, por ello, dar el coño significaba un acto litúrgico, un acto casi celestial, un acto único, porque no se lo darías a cualquier, no, se lo darías a aquél que te asegurara tu bienestar, es decir, un boda por la iglesia, una casa, hijos, la felicidad, tenías que seleccionar el tipo perfecto, la joya no era para todo mundo, puesto que era de un valor incalculable, la joya debería pertenecer para el ser que reuniera esos dotes. Así se entregaban las mujeres, se entregaban por seguridad. Sin embargo, Jesús, como hombre, pensaba como ellos, es decir, para el el sexo era solo sexo, un momento de fruición y ya, un placer que recorría su falo y ya, flujos de sangre y ya, torrentes de semen y ya, sexo y ya. Jesús se preguntaba porqué el placer perturbaba a la gente, había gente que dejaba todo por un coño o un pene, se hincaba ante el coño o ante el pene, lo mimaba, jugaba con el, siendo un órgano como cualquier otro, ceñirse solo a eso era un acto de eretismo, creo que el placer no podía reducirse a una sola cualidad, no, había algo... hay algo más...ese algo ... es algo complejo de expresar. Jesús siempre lo hacía pero como un ser sobrenatural dotado de poderes borraba lo pecaminoso de la mente de las personas y siempre lograba permanecer como un ser probo, impoluto, ¡cuantas veces había hecho lo mismo y lo habí resuelto de la misma manera!, no hay duda, dios es omnipotente, lo puede todo.

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